Isabel Ruíz
Entre crisis ecónomicas, sociales, políticas, de valores, y otras
muchas que se pasean por ahí en estos tiempos duros para el ciudadano de
a pie, parece que la docencia no es buena profesión.
Quizá porque se supone que enseñamos a los niños a defenderse
económicamente mediante las matemáticas, socialmente con las tutorías y
las humanidades, políticamente con la educación para la ciudadanía y la
historia, en valores mediante la orientación tutorial y el ejemplo como
profesores y adultos formados en mil batallas… y eso no interesa. No
interesa la ciencia, ni la poesía, ni que lean (que luego saben
demasiado y protestan).
Los profesores sobramos. Quizá porque últimamente se mete en estos
berenjenales la gente que lo siente, que cree en un futuro mejor, que
miran más allá de los libros de texto y las programaciones encorsetadas y
quieren futuros reales, llenos de imaginación y de creación, en un
mundo que necesita tanto de lo intangible como de lo que es. Pero de lo
que es ya han dado cuenta muchos, y ahora no hay para todos. Y nos
recortan las posibilidades, la creatividad, las alas para seguir
luchando.
Leo en un blog y en otro más cómo docentes excelentes, con mentes
privilegiadas y corazones gigantes, tiran la toalla. Se trabaja lo que
se paga, se claudica frente a un sistema equivocado delante de todo el
pueblo. Y a veces dan ganas de claudicar, sí. De olvidarse de avanzar y
recogerse en una ley del mínimo esfuerzo, entrando en un letargo
profesional que, si no nos traerá alegrías, al menos nos dejará un
trabajo remunerado (con la remuneración que el político de turno quiera,
eso sí).
Pero, pensando en ellos, en los chicos, hay algo llamado conciencia
que grita una y otra vez. Algo que no se paga con dinero, que forma
parte de los ideales (aquellos ideales casi setenteros, démodés
quizá, pero auténticos). No podemos permitirnos tirar la toalla, aunque
estemos cansados, vapuleados, ninguneados por la sociedad, por los
políticos… no podemos.
Porque nuestros niños son futuro, son inversión. Y lo que padres y
profesores no hagamos por ellos y con ellos, no van a venir los demás a
hacerlo. Porque perdemos profesorado en la pública, en la privada, a los
interinos se les trata como a trabajadores de segunda y se olvidan de
que la vida está en las aulas. No toda, ni dentro de los libros, pero sí
muchas horas, muchos meses, muchos años.
No tengo propósitos para este nuevo año, no me gusta hacerlos (sobre
todo, porque no los cumplo), pero si tuviese alguno, sería seguir
dedicándome a la Educación, con mayúsculas. A abrir los ojos de los
niños al mundo, a su propia sabiduría, a su propio potencial. Porque
ellos pueden, si quieren… y quieren si les dejamos. Y aman y respetan
cuando se sienten amados y respetados, y de ahí, al cielo matemático o
literario.
No tirar la toalla, pese a todo. Ese es mi propósito. Pese a la
subida del IRPF que nos va a dejan los sueldos de risa, a los recortes
de profesores de apoyo en la pública. Pensemos en ellos… en lo que les
podemos dejar aún. Para que el futuro de todos sea diferente al presente
que tenemos. Yo no me rindo.
Fuente: Educadores hoy
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