En nuestra sociedad, la menor presencia de los
padres en el hogar no favorece el desarrollo afectivo de los hijos, lo
cual provoca problemas de hiperactividad, inseguridad y falta de
concentración, que, unido a la alta exigencia académica, hace que muchos
niños se colapsen. Para cambiar esta tendencia es necesario introducir en la escuela la educación
emocional.
Las experiencias llevadas a cabo en algunos centros educativos de Madrid y el País Vasco están siendo muy positivas. Atender a la inteligencia emocional –el reconocimiento de
los sentimientos, la resolución de conflictos, el control de la ira y de
la incertidumbre, el trabajo en equipo, la superación de la
frustración, etc.– no hace que los alumnos sean más inteligentes, pero
sí que saquen mejores notas, porque están mejor preparados para
solucionar problemas y tienen mayor madurez personal
Sean bienvenidos, pues, todos esos programas de educación emocional que vienen a poner orden en el desbarajuste provocado por una sociedad que prima el sentimentalismo espontáneo y condena cualquier control de las emociones, como si eso fuera una imposición que merma la libertad. Hemos dejado a los sentimientos y a las emociones campar a sus anchas y nos hemos encontrado dominados por ellos, encarcelados en un laberinto sentimental del cual nos resulta casi imposible salir. Hemos puesto demasiado corazón sin cabeza y ahora la cabeza no encuentra su sitio.
Pero los que más sufren este maraña emocional son los niños y los adolescentes. En el proceso madurativo resulta esencial la formación del carácter, nombre clásico que dábamos a la educación emocional cuando las cosas no estaban tan complicadas, cuando la escuela no tenía que acudir a cubrir las fallas de la familia y la sociedad. De un tiempo a esta parte hemos despreciado esa formación del carácter, por la equivocada idea de que a riendas sueltas se corre más, y ahora estamos recogiendo analfabetismo sentimental y confusión emocional.
Estos nuevos programas de educación emocional no son otra cosa que una renovación de la formación del carácter, lo que podríamos llamar Formación del carácter 2.0. Hoy por hoy, resulta imprescindible que la escuela se ocupe de la educación emocional de los alumnos; tan decisiva es para la vida que no deberíamos dejarla sólo en manos de la escuela. El carácter se forma, ante todo, en la familia.
La neurología corrobora estos métodos
porque antes de que se ponga en marcha la maquinaria cognitiva de
nuestro cerebro, se activa la parte emocional. Si no se gestiona bien
esa carga emocional, puede resultar un lastre para nuestra salud mental,
o, por el contrario, si se sabe manejar, una fuente de éxito y
felicidad. Sabemos –lo dice Daniel Goleman– que los buenos resultados
académicos de un adolescente dependen de su cociente intelectual en no
más del 10%; el 90% restante tiene que ver con otras variables, como el
cociente emocional, si sabe o no administrar sus emociones y sus
sentimientos, sus habilidades sociales, sus hábitos de estudio, el
entorno familiar, etc.
Sean bienvenidos, pues, todos esos programas de educación emocional que vienen a poner orden en el desbarajuste provocado por una sociedad que prima el sentimentalismo espontáneo y condena cualquier control de las emociones, como si eso fuera una imposición que merma la libertad. Hemos dejado a los sentimientos y a las emociones campar a sus anchas y nos hemos encontrado dominados por ellos, encarcelados en un laberinto sentimental del cual nos resulta casi imposible salir. Hemos puesto demasiado corazón sin cabeza y ahora la cabeza no encuentra su sitio.
Pero los que más sufren este maraña emocional son los niños y los adolescentes. En el proceso madurativo resulta esencial la formación del carácter, nombre clásico que dábamos a la educación emocional cuando las cosas no estaban tan complicadas, cuando la escuela no tenía que acudir a cubrir las fallas de la familia y la sociedad. De un tiempo a esta parte hemos despreciado esa formación del carácter, por la equivocada idea de que a riendas sueltas se corre más, y ahora estamos recogiendo analfabetismo sentimental y confusión emocional.
Estos nuevos programas de educación emocional no son otra cosa que una renovación de la formación del carácter, lo que podríamos llamar Formación del carácter 2.0. Hoy por hoy, resulta imprescindible que la escuela se ocupe de la educación emocional de los alumnos; tan decisiva es para la vida que no deberíamos dejarla sólo en manos de la escuela. El carácter se forma, ante todo, en la familia.
Fuente: Aragón Liberal
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