¿Somos generosos por naturaleza o por el contrario es el egoísmo el que
viene marcado en nuestros genes? La respuesta no es fácil…. Seguramente
muchos habrán fallado al intentar responder. Sobre todo, teniendo en
cuenta los tiempos que corren.
Y ¿cómo resolver esta cuestión? ¿Puede
la ciencia sacarnos de dudas? Pues parece ser que sí. Y la respuesta no
es como muchos imaginan. Más bien la contraria. Según la investigación
reciente, parece ser que somos generosos, justos y cooperativos por naturaleza.
Muchos
pensarán que no es verdad, porque si así fuera, ¿cómo explicar tantos
comportamientos humanos que parecen indicar lo contrario? ¿Es la vida la
que nos cambia?… Pues eso parece. O al menos, eso sugieren algunos
estudios. Como el de J. Sommerville, profesora de Psicología de la Universidad de Washington, que recientemente ha podido demostrar que el sentido de la justicia y equidad se desarrolla mucho antes de lo que se pensaba. Gracias a su investigación contamos por primera vez con evidencias de que a edades muy tempranas los bebés poseen ya un sentido básico de la justicia y el altruismo.
Experimento con niños
Trabajó con niños de 15 meses,
ante los cuales se repartieron alimentos. A pesar de su corta edad, los
bebés se mostraron muy sensibles al reparto y reaccionaron con clara
protesta cuando éste fue desigual. Además, curiosamente, el 92% de los
que “protestaron” por la distribución injusta compartieron su juguete
preferido. Estos resultados parecen indicar que por naturaleza, las personas más justas son también las más altruistas. Ambos valores van de la mano y forman parte de la esencia humana desde nuestra más tierna infancia
Con anterioridad, el prestigioso Instituto Max Planck había hecho estudios con niños de 18 meses y
obtuvieron resultados similares. Concluyeron que los niños pequeños
poseen una predisposición natural hacia el altruismo y la cooperación
desinteresada. En su estudio, situaron a los bebés junto a adultos que
dejaban caer al suelo pinzas de ropa y se mostraban incapaces de
recogerlas. No pedían ayuda, solo miraban al niño tras caer la pinza.
Los resultados fueron concluyentes: en todos los casos, los bebés ayudaron a los adultos espontáneamente. Y no solo eso, un 84% ayudaron en los 10 segundos siguientes a la caída del objeto. Inmediatamente. ¡Qué no darían muchos padres por vivir esa experiencia con sus hijos mayores! Pero lo más llamativo fue que los bebés sólo ayudaban cuando consideraban que los objetos que caían eran necesarios para finalizar la tarea. Si intencionalmente el adulto tiraba objetos que no eran imprescindibles para la acción, los niños no los recogían.
Estos datos son relevantes porque hasta ahora se pensaba que hasta los tres años no se disponía de capacidad para interpretar intenciones. Pero sorprende todavía más que, sin saber hablar, los niños supiesen interpretar la relevancia de un objeto para finalizar una acción.
Llama
también la atención que ayudasen generosamente a extraños. Hasta este
estudio pensábamos que esta orientación surgía más tarde, sobre los dos
años, y también el sentido de la justicia, que lo hacía sobre los seis o
siete años. Ahora sabemos que estábamos equivocados. Mucho antes de lo que se pensaba disponemos de capacidad para actuar con generosidad y justicia.
La generosidad se hereda
¿Podemos entonces confirmar que estas actitudes son innatas a la naturaleza humana? Investigaciones como la del profesor A. Knafo del Departamento de Psicología de la Universidad Hebrea de Jerusalén parecen apuntar en esa dirección. En 2007 su equipo logró demostrar que la generosidad es un comportamiento de origen genético. Ni más ni menos.
Hicieron
un experimento con 203 voluntarios a los que se entregó 12 dólares y se
les propuso regalar parte a un desconocido que lo necesitase. Los
investigadores tomaron muestras de ADN. Pudieron comprobar que aquellos
que poseían variantes en el gen AVPR1a donaron un 50% más de dinero
que los que no las presentaban. Demostraron pues que existe relación
entre una variación del ADN de dicho gen y la generosidad humana Así que todo parece indicar que poseemos una orientación temprana hacia la generosidad, el altruismo y la cooperación y que las personas generosas poseen una marca genética. ¿El rastro genético no se deberá a que nuestra supervivencia como especie depende de todo ello?
¿Y
no podría ser sin más que la adquisición de estas virtudes fuese un
síntoma de inteligencia humana y que los bebés las adquiriesen gracias a
la observación de las personas de su entorno? Hoy sabemos claramente que esto también influye.
En la actualidad, se estudia el peso real de la imitación en el
altruismo y la cooperación de los bebés. Pero los genes también influyen
¿Cómo explicar si no los resultados del amplio estudio de Jerusalén?
De mayores nos volvemos más egoístas
En
cualquier caso en el aire queda una pregunta. Si los bebés,
independientemente de cuál sea la causa, son generosos y altruistas,
entonces ¿qué nos pasa? ¿Cuándo y por qué perdemos esa inclinación y
comenzamos a dejar paso al egoísmo?
Pues desgraciadamente
pronto. El ejemplo y las vivencias del entorno en muchos casos acaban
trastocando nuestra orientación natural. Una pena. Pero no hay que
venirse abajo. El mundo de la educación y la psicología han mostrado
sobradamente cómo estas actitudes pueden adquirirse de nuevo a través
del ejemplo, la práctica y el esfuerzo.
La investigación
intenta hacernos comprender para mejorar nuestra vida. Gracias a todos
estos resultados hoy se investiga en una mejor comprensión del autismo.
También en modelos educativos para lograr una sociedad más generosa.
Pero más allá de todo esto, debieran valer para preguntarnos ¿por qué con tanta frecuencia acabamos desperdiciando los dones que la naturaleza nos otorga?... Pero eso es tema para otro debate.
Fuente: El Confidencial
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