Marina Subirats
Es tiempo de llevar adelante los proyectos de
escuela coeducativa; la realidad nos lo está exigiendo. Fenómenos que están surgiendo en la sociedad,
como la iniquidad de una violencia de género masculino
cada vez más mortífera, la violencia que se
manifiesta en los centros educativos, la profunda
desorientación y amplio fracaso escolar de los chicos,
las dificultades con que las chicas encaran su
vida adulta, con un exceso de responsabilidades, nos
muestran que cambiar algunos elementos de nuestra
cultura no es sólo una cuestión de justicia y de
equidad, es también una cuestión de supervivencia y
felicidad. Más allá de los diagnósticos, advertencias,
deseos, que durante años hemos expresado las mujeres
feministas, y sobre todo las maestras feministas,
en el sentido de la necesidad de cambiar los modelos
culturales impartidos por la escuela, los cambios
sociales revelan desequilibrios profundos en nuestra
vida, con consecuencias negativas y complejas, si no
somos capaces de hallar soluciones. Frente a determinados
problemas, hay un acuerdo casi unánime: es
la educación la que debe solucionarlos. Y sin embargo,
a la hora de repensar seriamente la educación, a
la hora de arbitrar los recursos de todo tipo para ahorrar
a las nuevas generaciones muchos de los errores
culturales que padecemos, algo falla. Perdemos el
tiempo y la paciencia en debates antiguos, como el
de la laicidad, que debiera de estar ya ampliamente
superado, y no somos capaces de afrontar los nuevos
retos, que no responden a vagos temores o hipótesis
de trabajo académico, sino cifras crecientes de mujeres
asesinadas,
cifras de jóvenes
muertos en accidentes
absurdos,
cifras de personas
fracasadas o
deprimidas porque
no han conseguido "triunfar" en ninguno de los
ámbitos en que debieron competir. Problemas, todos,
con una raíz común: una cultura androcéntrica, un
género masculino obsoleto, enfermo de competición
y de agresividad innecesarias.
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Fuente: Educación en valores
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